martes, 6 de abril de 2010

Deportivo Miseria


De cómo la crisis en el fútbol peruano ha traído abajo hasta a clubes históricos como el Deportivo Municipal…

Miraflores, 8 de la mañana. A Joel Hoces siempre le entusiasmó la idea de ser futbolista. De niño no paraba de darle a la pelota en su barrio de Villa El Salvador y soñaba algún día pegarle a la pelota como Norberto Solano lo hacía en la tele. A sus cortos 19 años es la nueva esperanza de un club que casi le cuadriplica la edad.

Sin embargo, la vida no le sonríe como quisiera. A pesar de haber logrado llegar al Primer Equipo -lo que no fue muy complicado, pues el cuadro de la comuna no tiene unas divisiones menores exigentes- ha conocido desde sus primeros días como profesional lo indignante y frustrante que puede ser la desidia e indiferencia en la que ha caído nuestro fútbol.

A las 6 de la mañana se despierta para alistar sus implementos, que son propios porque el club no ha renovado vestimenta. Guarda el celular, la llave y el rosario que siempre lleva puesto y se da cuenta que una situación se repite: hace dos meses que no cobra y ya no hay de dónde sacar para el pasaje. Mamá Irma lo sabe y no espero que su ‘Joelito’ se lo pida, sabe que no lo hará. Extrae dos monedas de dos soles y se las entrega a su hijo sin mencionar palabra alguna ni solicitar devolución. Solo le sonríe y le dice: “ya anda, que se te hace tarde”.

Una hora aguarda sentado en uno de los asientos despanzurrados del fondo en un micro que se mueve de milagro. Hasta que al fin llega al estadio ‘Niño Héroe Manuel Bonilla’ en la miraflorina avenida del Ejército, el nuevo refugio que ha encontrado ‘Muni’, ese club que en antaño regalara riquezas en su juego y hoy se ahoga en la podredumbre que sus ex directivos heredaron.

Comienza la práctica. Todos a trotar por ese campo irregular, remendado a más no poder, con el riesgo de contraer una lesión que de seguro será fatal; porque si, digamos, sufres un esguince de tobillo es más fácil que llueva de abajo a arriba a que la dirigencia te de una mano. Y ahí corre Joel, entre risas que cualquiera no creería de este plantel con los bolsillos rotos hace 60 días. Una patética pelota, que pareciera despellejada, corona la escena de precariedad. Los chalecos escasean y algunos son casi imperceptibles por su uso excesivo y su antigüedad. El club no consiguió una marca de ropa deportiva como auspiciador para este año y ha tenido que improvisar con los uniformes de temporadas anteriores.

Comienza el partido de práctica y la bola rueda como aguantando no explotar. Joel la toma, envía un centro pasado al área y su compañero, el goleador del equipo, José Carlos Mohring se eleva con todo e impacta violentamente con el arquero José Laurie. Ambos caen mal. Laurie se golpea la espalda, pero Mohring lleva la peor parte: su brazo derecho, al intentar frenar el golpe contra el piso, se tuerce trágicamente. El estadio se enmudece, parece como si no existiese nadie allí y de repente un grito de dolor destruye la calma aparente. “¡Putamare!, ¡se cagó el brazo, se cagó el brazo!”. Todo el equipo rodea a su delantero, quien al medio parece, por su expresión facial, estar agonizando.
No hay ambulancia, no hay doctor porque se cansó de esperar a la que le pagaran y de perder tiempo y dinero a seguir trabajando en su clínica. Los compañeros llevan a Mohring a uno de los escalones inferiores de la tribuna de concreto y lo abastecen de las pocas vendas que hay. Resignado, casi como maldiciendo su suerte, el atacante ve como el encuentro continúa. Pronto tendrá que volver a casa, y sin bañarse porque no hay agua, y sabrá, para entonces, que su suerte está echada.

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